Vivimos en la “era de la ciudad”. O eso escuchamos con insistencia. Como si fuera una novedad, en 2007 las Naciones Unidas declaró que, por primera vez, la población urbana global superaba a la rural. También vivimos en América, donde esa era no llegó ayer: lleva décadas entre nosotros, tanto tiempo instalada que quizás ya ni la notamos. En este continente, la mayoría de la población es urbana desde al menos la década del sesenta. Hoy, entre el 82 % y el 83 % de quienes habitan América lo hacen en ciudades (ONU 2018). Y no sólo vivimos en ciudades, sino que vivimos concentrados: algunas de las ciudades más densamente pobladas del planeta están aquí. São Paulo, Ciudad de México, Nueva York, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bogotá, Lima, Santiago. Todas con más de cinco millones de personas. Todas con historias distintas, pero unidas por una condición común: la de ser territorios donde la vida se agrupa, se acumula, se superpone.
La urbanización americana no se explica sólo con cifras, aunque estas impresionen —las tasas de concentración urbana del continente están entre las más altas a nivel global—. Tampoco basta con mirar los planos. Para comprenderla, parece necesario atender a sus trayectorias históricas, a las tensiones culturales, a los modos de vida que han echado raíces en ellas. Si las ciudades están hoy en una encrucijada —si representan, al mismo tiempo, el mayor desafío y el mayor potencial para un futuro más justo y sostenible—, entonces vale la pena mirar con atención las urbes densas de América. ¿Qué nos revelan sobre el habitar en un mundo rápidamente urbanizado en medio de una crisis climática? ¿Qué aprendizajes ofrecen estas concentraciones urbanas, muchas veces desbordadas, donde lo formal y lo informal conviven, se enfrentan o se ignoran?
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