Si bien las infraestructuras son un prerrequisito para cualquier noción moderna de "civilización", pocas veces notamos cuanto dependemos de ellas. Tal vez el hecho de que sólo interactuemos con sus interfaces las haga pasar desapercibidas, al punto que sólo recordamos su existencia cuando fallan o cuando, a fin de mes nos toca pagar la cuenta.
Esa invisibilidad hace difícil abordarlas desde la arquitectura. Quizás como una forma de arquitecturizarlas es que Keller Easterling las denomina "espacio-matriz"; así deja en evidencia que, incluso cuando son intangibles, las infraestructuras sí están localizadas en el espacio y, como matriz, siempre operan en interconexión con otras. En ese espacio entre uso y gestión sin cuestionamiento es donde hay un espacio de crítica que puede ser ocupado por la arquitectura. Allí se ubican los proyectos, ensayos e investigaciones de este número de ARQ, y desde esa posición, su aporte consiste en ampliar dicho espacio (extracto editorial).