¿Realmente todo merece ser publicado y conservado?¿No será que publicamos, más bien, por la ansiedad de insertarnos en una historia mayor con la vaga esperanza de que el futuro se fije en lo que hacemos hoy?
El exceso de publicaciones debe cotejarse ante la imposibilidad matemática de que todo valga la pena. Por supuesto esto nos incluye. En esta época de la sospecha, como la ha definido Boris Groys, la crítica– y sobretodo la autocrítica– es un deber intelectual. Este es el espíritu que enmarca este número 100 de ARQ. Pues pese a la pulsión por celebrar, no podíamos dejar de preguntarnos ¿qué habríamos de celebrar?¿la mera sobrevivencia? Claramente no es así y eso es lo que nos motiva.
Lo peor que puede pasar a una revista de arquitectura es que el lector la hojee sólo para confirmar que todo sigue tal cual. Es decir, que en sus páginas haga eco del sentido común o la tendencia de moda, y tras hojearla, lo deje donde mismo. Tal como para Bordieu el rol de la ciencia consistía en discutir el sentido común, ARQ debe superar el lugar común y entrar en territorios desconocidos.
Dado que (entre otras cosas) somos una revista científica, tenemos un deber con el avance del conocimiento. Ese camino supone riesgos y errores, pero es ciertamente más refrescante que el de la comodidad. La imposibilidad de saber si lo que hacemos importará o no en el futuro nos permite mirar el presente sin ansiedad. Hace 100 números no se sabía hasta dónde iba a llegar la revista. Hoy tampoco lo sabemos. Esa es la gracia (extracto editorial).