El clima cambió. Hace unos meses, cuando decidimos hacer un número sobre ecología difícilmente pensamos que nos tocaría hacerlo en un país con un ambiente tan enrarecido. De tanto escuchar la palabra sustentabilidad se nos había olvidado reparar en lo más obvio: que el sistema no se sustenta. La primavera chilena de este 2019 reencauzó la conversación y retrotrajo el horizonte a mediados de los años setenta cuando, mientras en Chile se violaban los derechos humanos, la crisis climática surgía como tema de preocupación entre los científicos alrededor del planeta.
Hace unos meses, con la certeza que nos daba nuestro precario aparataje de conocimientos y referencias, sabíamos que el planeta no iba a desaparecer por el calentamiento global, sino que sería nuestra especie. Por eso argumentábamos que los más pobres serían las principales víctimas del cambio climático. Pero no éramos conscientes – ni nos habíamos preocupado de serlo – de que, con o sin cambio climático, ellos ya eran víctimas de este sistema.
Hoy quedamos atónitos tras ver ese fuego quemando edificios y bloqueando calles en las que nos movemos a diario. Pero no nos dábamos cuenta de que la destrucción producida por el fuego es tan violenta como el ambiente en el que viven miles de familias en nuestras mismas ciudades, allá donde no llegan las cámaras y desde donde el humo no se ve. Ante eso, las revistas son instrumentos lentos. No pueden ni les corresponde responder a la contingencia. Aún así, el contenido de este número de ARQ bien puede ser un espejo que refleje de otra forma lo que está pasando (extracto editorial).