El título de la última edición ARQ del 2012, «Fabricación y construcción», trata de situar la realidad actual de la disciplina (o quizás, de la arquitectura que tenemos más a mano) en el punto de inflexión respecto a lo que podría entenderse como la producción de edificios. Alguna vez, hace unos diez años, el arquitecto paulista Paulo Mendes da Rocha –ante la pregunta por la elección de una obra arquitectónica por sobre todas– señaló las pirámides egipcias, porque «…son la máquina de su propia construcción. El plano inclinado». Para Mendes da Rocha la pirámide encarnaba la síntesis perfecta entre forma y construcción; revisada hoy, esta observación vincula también a la pirámide como depositaria de un imaginario de la arquitectura que relaciona la construcción con una especie de artesanía pesada, dependiente de una mano de obra intensiva, frecuentes visitas de obra y elaboración de elementos constructivos en obra.
Ya entrado el s. XXI, y desde la periferia del mundo occidental, la realidad que este número de la revista ARQ intenta reflejar aparece en el cruce de una construcción fuertemente asentada en la disponibilidad de mano de obra barata, y la fabricación que surge como posibilidad desde tecnologías emergentes vinculadas a la producción paramétrica y asistida digitalmente (ciertamente aún no disponibles en todas las escalas ni para todos los presupuestos). Probablemente el precario equilibrio entre estas dos situaciones polares tiene alguna relación con la reciente notoriedad de la arquitectura chilena. Y quizás la única afirmación posible de sostener en este escenario de cambios es que las obras de arquitectura mantienen, a pesar de todo, un vínculo importante con la realidad física y material del mundo, esa misma realidad que las utopías intentan modelar: un vínculo con «las cosas», en palabras de Perec (extracto editorial).