Los artículos que sirven de entrada a la revista que lleva el nombre de «desplazamientos», nos muestran dos cuestiones verdaderas y a la par contradictorias: por una parte la antigüedad, el largo recorrido y las transformaciones desde Inglaterra, y EE UU hasta Sudamérica, de la idea urbana de «ciudad jardín» -en el artículo de Alejandro Gutiérrez-, junto a la reticencia de aceptar, por parte de autoridades y ciudadanos, que en el transporte el sentido común de ambos -ciudadanos y autoridades- no sirve y es engañoso, y que las soluciones que se toman finalmente no son tales: ensanchar calles y hacer atajos, por ejemplo.
Esto indica que la ciudad y sus versiones históricas más modernas permanecen misteriosas y nos juegan malas pasadas, o que la realidad – del tipo que sea -, siempre puede ser vista de otra manera, en una interrogación permanente.
La ambición de este número era alentar esa interrogación. No creo que hayamos cumplido ni siquiera medianamente con ello. Sólo espero que no hayamos aumentado el número de lugares comunes, que como demuestra el ingeniero Juan de Dios Ortúzar, son engañosos y una trampa costosísima.
El cruce de caminos y la movilidad del transporte como origen y atributo de las ciudades y el carácter de inmóvil de la arquitectura, parecen haber alcanzado un proceso de mutuo enfrentamiento y aniquilación.
La meditación idéntica que sobre esto han hecho alcaldes de ciudades tan diferentes como Bogotá y París parece indicar que estamos llegando a un punto en que el retorno es obligado.