Cuando decidimos dedicar un número a la arquitectura de las viñas –en ese primer proyecto aún borroso– pensamos en un conjunto agradable y unas lecturas más bien festivas. Pero por poco que uno profundice en cualquier tema de nuestra contemporaneidad, se renuevan los rasgos que hallamos en otros sectores.
Por ejemplo el del predominio de lo individual sobre lo público o social. “La desocialización del vino” es el título de lo que nos escribió Carlos Cousiño desde la Facultad de Ciencias Sociales, un título que al principio nos sorprendió, pero que coincide puntualmente con lo que cada cual puede recordar acerca del auge de catas, cursos y otras actividades actuales en torno al vino. Y que nos recordó, por ejemplo, al artículo de Mauricio Baros en el número anterior de ARQ: “De la casa al mall. Privado v/s privado”. El artículo de Cecilia Puga es también un tema de cuestiones de nuestra arquitectura, con sus sobreexigencias añadidas un tanto gratuitas, ya sea para una casa, un edificio de oficinas o un museo del vino. La figura del arquitecto como “bufón del rey” es esgrimida en algunos períodos, pero la presencia del arquitecto como intermediario indispensable en la siempre costosa organización de las obras –ya sean 100 viviendas económicas, 10 residencias lujosas o una obra de infraestructura urbana– es inevitable.
Lo único que podemos hacer (y pienso que no lo hacemos muy bien) es comunicarnos con los “consumidores de la arquitectura”, que son casi todos los chilenos. El cómo, es algo que tenemos que pensar. Este número tiene en todo caso una curiosa y refrescante reunión de rural y urbano. De recuperación, por primera vez en Chile, de un paisaje borrado para utilizarlo en labores agrícolas que, para bien de los cultivos, se re-inventa “natural” como es la operación para los viñedos orgánicos Emiliana, obra de José Cruz en la arquitectura y de Teodoro Fernández en la re-invención del paisaje. Es un número de grandes espacios y minuciosos detalles, como corresponde a toda buena obra de arquitectura.