“La Cultura adquiere importancia intelectual cuando se transforma en una fuerza con la que hay que contar políticamente”. T. Eagleton
¿Qué pasa cuando el poder político cuenta con la cultura como fenómeno que le pertenece y no con el que tenga que contar? Los casos de regímenes totalitarios, la cultura alemana de los años ‘30 declarada “arte degenerado” por el nacionalsocialismo alemán o en el régimen comunista soviético reemplazada por el “realismo popular socialista” nos son bien conocidos. ¿Pero qué pasa en situaciones no totalitarias, pero sí autoritarias, como fue el caso chileno entre 1973 y 1989?
En arquitectura pública el autoritarismo nos ha dejado el Congreso Nacional de Valparaíso y aún hoy el urbanismo chileno se resiente del recurso de los ejes, los “crescents” y del pintoresquismo de blancanieves del “new urbanism” (se le puede seguir la pista en “La ciudad perfecta” en los terrenos de la ex viña Cousiño Macul y muchos otros grandes “emprendimientos”). Claro que eso fue un fenómeno más generalizado que abarcó desde EE.UU. hasta Portugal. Así, nuestra reforma económica neoliberal que implantó el gobierno autoritario coincidió a su vez con el postmoderno, el ideal neoliberal que para la forma era igual a equilibrio y “rancia” tradición, y para la acción económica resultó bastante más creativo y desprejuiciado (extracto editorial).