Probablemente la historia recuerde al año 2020 como un punto de inflexión. A nivel global, la pandemia de Covid-19 ralentizó el avance implacable del Antropoceno y puso en duda el modelo de desarrollo capitalista. A nivel local, mientras tanto, los principios que nos rigieron en las últimas cuatro décadas también fueron cuestionados, al punto de tener que definir un nuevo comienzo.Así, este año nos hemos enfrentado a una paradoja: como conejillos de Indias de inéditas estrategias de confinamiento a escala global, nuestra sobrevivencia dependió de la suspensión de algunas de las formas más básicas de coexistencia. Sin embargo, precisamente por eso, nos dimos cuenta de que no podemos existir sin los demás. Pero hasta la propia definición de ‘los demás’ ya ha quedado corta. Ya no hablamos sólo de la inclusión de minorías y marginados, sino también de otras especies: plantas, árboles, animales o, incluso, un virus. Con todos ellos hemos coexistido durante este año.
Este número de ARQ es un espacio para visibilizar esas diversas formas de coexistencia. El punto no es que la coexistencia sea precaria porque esté en riesgo de no concretarse, sino que la propia precariedad en la que todos vivimos hace necesaria la coexistencia. Si nuestro planeta puede colapsar por un virus o por el calentamiento global, entonces todas nuestras vidas son precarias. Nadie está a salvo (extracto editorial).